En tiempos prehispánicos no sólo se utilizó el trueque como medio para realizar transacciones comerciales, sino que existía un sistema comercial bien organizado con diferentes medios de cambio. El principal era el cacao, que desde aquellos años era falsificado por algunos indígenas, quienes rellenaban la cáscara del grano con lodo. Asimismo, también se utilizaron cañones de plumas rellenos con polvo de oro, jade y mantas de algodón, entre otros.
Durante la conquista el sistema monetario indígena prevaleció y fue aceptado por los españoles debido a la dificultad de crear monedas o importarlas desde Europa. Sin embargo, la riqueza mineral de la Nueva España permitió a los españoles acopiar diferentes metales y el primer Virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, fundó la actual “Casa de Moneda” en 1535, ante el acelerado crecimiento comercial y la riqueza del territorio.
Las primeras monedas fueron de plata. Se les llamaba “reales” o “peso fuerte” y estaban hechas a golpe de martillo. Se crearon dos series, una con leyendas en caracteres góticos y otra con caracteres latinos, y ambas incluían los escudos de Castilla, León y Granada, con la leyenda “Carlos y Juana, reyes de España e Indias”. Estas monedas se usaron hasta 1572, cuando fueron reemplazadas por la Moneda Macuquina, también de plata. Su gran demanda internacional provocó deficiencias en su manufactura al ser troquelada en piezas de metal irregulares, pero su calidad y peso certificaban su autenticidad. La primera Macuquina de oro fue acuñada en 1679.
La acuñación de monedas totalmente redondas inició en 1732, utilizando un cordón protector en su circunferencia y troqueladas en prensas de volante, lo que mejoraba su apariencia y dificultaba su falsificación. A las monedas de plata de esa época se les conoce como Columnarios pues su diseño representaba al viejo y nuevo mundo sobre las ondas de mar, unidos por la corona real, entre dos columnas; y a las de oro se les conoce como Peluconas, pues mostraban la figura del rey con armadura y abundante peluca.
Mientras las peluconas dejaron de usarse en 1759, los columnarios fueron utilizados hasta 1772, cuando surgieron las monedas de busto, en las que aparecía el monarca en turno. A partir de este momento también se produjeron las de cobre y se redujo el contenido de metal fino de las acuñadas en la Casa de Moneda.
Al iniciar la guerra de independencia, la minería decayó y la inseguridad dificultaba el traslado de los minerales hacia la Casa de Moneda para su acuñación, lo que generó escasez. Las autoridades realistas se vieron forzadas a instalar casas de moneda provisionales cercanas a las minas, principalmente de plata. Por su parte, los insurgentes troquelaron sus propias monedas, en su mayoría de cobre. Estas equivalían a promesas de pago en metales finos cuando triunfara el movimiento.
Al finalizar la guerra se estableció el efímero Primer Imperio Mexicano, durante el cual Agustín de Iturbide reanudó la acuñación de monedas en oro y plata con su imagen en el anverso y el águila imperial en el reverso; además presentó el proyecto de crear “El Gran Banco del Imperio Mexicano”, encargado de la emisión de billetes cuyo valor nominal estaría respaldado por el oro y la plata, para hacer frente a la afectación económica derivada de 11 años de guerra. Sin embargo, la población no aceptó el uso del papel moneda.
Al caer el Imperio y constituirse la República, se intentó nuevamente introducir el papel moneda, esta vez impreso en el reverso de bulas papales canceladas (mensajes del Vaticano). Se creyó que al ser de contenido religioso la población los aceptaría, pero ese intento también fracasó.
A pesar de estos reveses, a finales del siglo XIX y principios del XX se facilitó el establecimiento de instituciones bancarias privadas que ejercieron la facultad de emitir billetes. Los principales fueron el Banco Nacional de México y El Banco de Londres, México y Sudamérica. Ambos intentaron recuperar la confianza de los usuarios al emitir billetes respaldados por una institución económicamente fuerte y cuya aceptación no era obligatoria.
Poco a poco el uso del billete se extendió por la República, y surgieron bancos de carácter estatal, cuyas emisiones eran de circulación exclusiva del estado correspondiente. Esto ocasionó descontrol, y para evitarlo se promulgó en 1884 el Código de Comercio que regularía la emisión de billetes. Tan sólo los billetes de los dos bancos anteriormente mencionados podían circular a nivel nacional.
A principios del siglo XX circulaban monedas de oro, plata y cobre, además de los billetes emitidos por los bancos privados. Se logró la estabilidad económica y las ciudades mostraban un crecimiento importante.
Sin embargo, al iniciar la Revolución Mexicana la moneda metálica comenzó a ser atesorada o exportada por los ciudadanos, lo que disminuyó su flujo considerablemente. En 1913 Victoriano Huerta autorizó la emisión de billetes sin respaldo, lo que provocó la pérdida de su valor nominal y destruyó la confianza para utilizarlos.
Ante la escasez monetaria surgieron los Bilimbiques, piezas de necesidad sin respaldo metálico cuya apariencia era variable y de pobre manufactura. Su valor estaba sujeto a los sucesos bélicos, pues los grupos revolucionarios emitían sus propios bilimbiques y forzaban a los civiles a aceptarlos. Al mismo tiempo aparecieron nuevas emisiones de papel moneda, como las del gobierno provisional de México, emitidas en Veracruz, o las de la Convención Revolucionaria de la ciudad de México.
En 1915 el gobierno de Carranza trató de ordenar dentro de los lineamientos de la Ley Bancaria de 1897 a los bancos de emisión o forzarlos a la liquidación. Se intentó solucionar el problema monetario del país y el presidente ordenó la fabricación de billetes mucho más sofisticados conocidos como infalsificables a la American Bank Note Company de Nueva York, se pusieron en circulación en mayo de 1916. Sin embargo, se devaluaron considerablemente y los rechazó la población.
Con el fin de reorganizar el sistema financiero, la Constitución de 1917 planeó establecer un banco único de emisión. En diciembre de 1924 se promulgó la “Ley General de Instituciones de Crédito y Establecimientos Bancarios”, en la que se contempló la creación de un banco central. Un año más tarde, gracias a la organización del Secretario de Hacienda Alberto J. Pani y el Presidente Plutarco Elías Calles se logró reunir los fondos necesarios para integrar el capital del Banco de México, que inició operaciones el primero de septiembre de 1925.
Se le concedió la facultad exclusiva de emitir billetes, así como regular la circulación monetaria, los cambios sobre el exterior y la tasa de interés. Asimismo, se estableció como asesor financiero y banquero del gobierno federal. Hasta los años 30 sus billetes comenzaron a circular con efectividad, siendo de uso voluntario y restaurando poco a poco la confianza de los usuarios en el papel moneda.
Por su parte, la volatilidad entre los precios del oro y la plata provocó una demanda variable de sus monedas. En 1931 la reforma monetaria conocida como “Ley Calles” desmonetizó las monedas de oro, conservando este metal como respaldo. Años más tarde, el precio de la plata aumentó tanto que su valor intrínseco superó el nominal, provocando que las personas atesoraran o vendieran las monedas para su fundición. Como resultado, se desmonetizaron las monedas de plata en 1945.
Mientras tanto se dio un movimiento nacional para fomentar el uso del billete. Las primeras tres series manejadas por el Banco de México se imprimieron en Nueva York entre 1925 y 1968, por la American Bank Note Company. Al año siguiente el Banco de México fundó su propia fábrica y produjo la cuarta serie, que incluía denominaciones desde 5 hasta 100 mil pesos, circuló hasta 1991.
Con el objetivo de simplificar el manejo monetario nacional ante la inflación, en 1992 se creó una nueva unidad del sistema monetario Mexicano, equivalente a “mil pesos” del sistema anterior. Para evitar confusiones, se le antepuso transitoriamente el adjetivo “nuevo”. En los siguientes años se emitieron dos series de nuevos pesos, así como una de monedas nuevas, elaboradas con metales industriales, que se utilizan hasta la actualidad.
En 1993 se reformó el Artículo 28 constitucional para definir el objetivo del Banco de México: “El estado tendrá un banco central que será autónomo en el ejercicio de sus funciones y en su administración. Su objetivo prioritario será procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional, fortaleciendo con ello la rectoría del desarrollo nacional que corresponde al Estado. Ninguna autoridad podrá ordenar al banco conceder financiamiento“.
El adjetivo “nuevo” fue eliminado para la serie que circuló entre 1994 y 2001. A partir de septiembre de 2002 se comenzó la impresión de billetes en polímero para garantizar su durabilidad y dificultar su falsificación, y desde 2006 se inició la emisión de billetes utilizada actualmente, con nuevos elementos de seguridad.
La evolución de nuestra moneda y billetes está sujeta al desarrollo político, económico y cultural de México, reflejado en los íconos históricos de sus diseños.
DATO CURIOSO
Actualmente las monedas de 10 y 20 centavos son casi obsoletas y en pocos lugares son aceptadas.
La moneda de 5 centavos y el billete de 10 pesos desaparecieron de la circulación.
Edición y Agradecimiento Alejandra Quezada
Artículo Publicado en la Revista "Ejecutivos de Finanzas"
No. 97 Año XL Enero 2011